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Locos por los libros (XIX): Lenkiewicz, el bibliómano ocultista

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Cuando murió, en el año 2002, la casa de subastas Sotheby puso a la venta toda su biblioteca, calculada en unos 25000 volúmenes. Lo más jugoso de su catálogo lo constituían las más de 3000 obras raras dedicadas a la magia y la nigromancia, al ocultismo y la brujería, además de otras materias relacionadas como la demonología y la hechicería, volúmenes originales de los siglos, sobre todo, XV-XVII. Robert Lenkiewicz no se tenía así mismo, tan sólo, por el pintor internacionalmente conocido que donaría parte de su herencia, la derivada de la venta de su biblioteca, a la fundación que hoy da cabida a jóvenes artistas. Más que como pintor Lenkiewicz se percibía así mismo como un investigador del alma humana y de sus recovecos más indecibles y ocultos, como un estudioso de las esencias más arcanas y confidenciales de la naturaleza del ser humano, lo que le llevó a atesorar una biblioteca en la que brillaba la estrella negra de las ciencias ocultas.


Artista, filántropo, escritor y, sobre todo, coleccionista compulsivo de libros, Lenkiewicz empleó su patrimonio en la adquisición de obras raras y valiosas en torno a la biografía de grandes artistas, a la historia del arte, a la metafísica, a la muerte y a los cuidados paliativos, a la brujería y a la magia, a la literatura, al arte erótico y, sobre todo, a las ciencias ocultas. De hecho, su casa estaba dividida en habitaciones que bajo ese rótulo daban cobijo a sus diferentes colecciones,

La “habitación de las ciencias ocultas”, nos dice uno de sus biógrafos, “contenía el grueso de los volúmenes antiguos de la biblioteca y constituía una colección especialmente coherente. La habitación estaba dividida en tres secciones: la sección renacentista, de reminiscencias neoplatónicas, relacionadas con las ciencias ocultas y con su práctica, que incluía obras de Lull, Paracelso, Agrippa, Ficino, Bruno, Kircher, Boehme y Dee; obras que trataban de alquimia y con su práctica y simbolismo, muchas de las cuales eran manuscritos; y por último obras dedicadas a la cábala judía y al pensamiento místico, muchas de ellas manuscritos originales del inicio de la era moderna. Podían encontrarse también otras materias relacionadas: masonería, ocultismo en el siglo XX (incluyendo, claro, a Aleister Crowley) y antigüedades. En total, aproximadamente, 3000 libros”.

Personaje radical y alejado de las tentaciones más mundanas, su biblioteca era el cimiento de su pensamiento: si sus cuadros intentaban penetrar en alma desamparada e indefensa de los seres humanos más sacudidos por la vida -obras casi siempre realistas que sin juzgar a sus modelos retrataban su extravío o su orfandad-, en sus libros buscaba las claves del enigma del alma humana, a veces, para mi gusto, por caminos excesivamente esotéricos y algo chocantes: en su gabinete de curiosidades, que acompañaba a su biblioteca, podía encontrarse, entre otras cosas, el esqueleto de Ursula Kemp, una mujer ajusticiada y condenada por brujería en Plymouth en el año 1582… Entre los libros que adornaban su colección estaba la Demonología del Rey Jaime I, una obra en la que el trastornado monarca relataba la supuesta posesión demoníaca de sus dos hijas, acompañando sus cavilaciones con 92 ilustraciones de los trances y éxtasis de sus herederas. Quizás tomara Lenkiewicz a estas dos jóvenes como ejemplos y prototipos del alma humana, asendereada siempre por maleficios y embelesos, y trasladara su imagen doliente a los modelos que constituyeron el grueso de su obra pictórica.

Cuando los libros inundaban las habitaciones de su casa y las estancias ya no podían dar cobijo a su expansiva colección de rarezas bibliográficas, adquirió una iglesia. Fiel a su fino e irónico sentido del humor británico, que acompaña incluso a los más oscuros de entre ellos, desacralizó el espacio y lo habilitó para que convivieran las iconografías cristianas y los conjuros mágicos de la hechicería medieval o la demonología moderna, en una conversación que imagino algo enconada y poco constructiva.

Como afirmara una vez su amigo Crowley, “al infierno con el cristianismo, construiré un nuevo cielo, una nueva tierra, quiero blasfemias, asesinatos, violaciones, todo lo malo…” que quepa en una biblioteca.


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